Tanto
hablar de bolsas, las mujeres que juntan bolsas, los hombres y las bolsas, me hizo acordar de un
personaje que formó parte de varias pesadillas que tenía de chica: El Hombre de
la Bolsa.
Creo
que los adultos no tenían en cuenta cuánto nos podían traumar diciéndonos que
nos portemos bien porque sino el Hombre de la Bolsa o el Cuco nos iba a llevar.
Nunca me dijeron mucho, sólo que era malo y que se llevaba a los que se
portaban mal. Claro que portarse mal era
salir a jugar a la calle durante la siesta, cuando mi vieja quería dormir, o
bien a la noche cuando ya había oscurecido y retrasaba al máximo entrar a cenar.
Para
esos dos momentos, el caballito de batalla era asustarnos. Y vaya si lo
lograban. Claro que no hacía mucho caso porque inmediatamente me olvidaba. Pero
eso sí, cada sombra era un lugar del que me mantenía alejada y a la noche sí me
acordaba. Recuerdo más de una oportunidad despertarme y tener miedo de los
muñecos que ocupaban todo el final de mi cama. En la sombra de la noche se
convertían en un ser malo. De todas formas, me tapaba toda la cabeza, trataba
de pensar en otra cosa y seguía durmiendo. Pero sí me asustaba bastante.
Yo
no sabía cómo era el Hombre de la Bolsa, pero de los comentarios que escuchaba me
lo había imaginado como un hombre grande, tal vez un viejo de pelo blanco,
barbudo, que andaba con un saco marrón oscuro todo sucio -un linyera- con sombrero
y una bolsa de arpillera que llevaba en la espalda, donde metía a los chicos
que raptaba. Por esa misma época en que era chiquita estaba en boga el secuestro
de niños o por lo menos había circulado la información que los gitanos se robaban
a los chicos; yo había escuchado comentarlo en casa. Por lo que, entre viejos, vagabundos
y gitanos, tenía miedo a cuanto personaje mal trazado y extraño pasara cerca de
mí.
Con
los años te das cuenta que todas son historias de fantasías, leyendas urbanas
que contribuyen a atemorizar a los niños. Y también descubrí que no era cosa de
mi mamá nomás, sino de gran parte de los padres (Me pregunto ahora de dónde
habrían sacado ellos ese personaje para asustar a los niños. ¿Los asustaban a
ellos ya de chicos? ¿Intercambiaban puntos de vista con las otras madres de
acuerdo al grado de efectividad que generaba el miedo? ¿Había revistas o libros
que los recomendaban? Ahora que me doy cuenta tendré que consultárselo a ella. “¡Vos
y tus cuestionamientos!” volverá a decir mi hermana, jajajajaja.)
Pero
este personaje mítico se gestó y surgió de dos historias reales, además de un
entorno de crisis. Por un lado, dos asesinos seriales que a su modo practicaban
el canibalismo. Uno fue Albert Fish en Estados Unidos y Francisco Leona en
España. Por otro lado hay que tener en cuenta que hubo múltiples casos de buscavidas y delincuentes que
surgieron con la crisis mundial de 1930 y consecuencias de las guerras
mundiales, en un entorno miserable, quienes acuciados por el hambre dieron
rienda suelta a tendencias psicopáticas y no dudaron en cometer los más atroces
crímenes por ejemplo para abastecer a gente adinerada de sangre y grasa de
niños para, supuestamente, curar la tuberculosis. El aspecto horrible,
imponente y primitivo de aquellos tipos, bien difundido por la prensa
sensacionalista, sentó las bases de una leyenda que se apoyaba en traperos,
vendedores nómadas, que, en varios casos, hasta utilizaban una bolsa donde
llevaban sus pocas pertenencias.
ALBERT FISH, ASESINO DE
CHICOS
En
busca de la verdadera historia del Hombre de la Bolsa, surge el nombre de
Albert Fisch, un viejo de aspecto endeble, de cabello gris y bigote gris que
engañaba a los chicos de los Estados Unidos. Tras ser detenido confesó unos
cien crímenes. Lo ejecutaron en la silla eléctrica.
Una
mañana de julio de 1924 la señora Mc Donnell estaba sentada en una silla
mecedora en la puerta de su casa, en Staten Island, Nueva York. Su hijo
Francis, de ocho años, jugaba cerca con una pelota mientras su hija de pocos
meses gateaba a su lado. Hacía calor.
No
era una zona muy poblada. La señora Mc Donnell observó por un instante la calle
de tierra y le llamó la atención un hombre que caminaba por el centro. Era un
anciano de cabello gris y gran bigote gris, delgado y no muy alto. Llevaba un
traje viejo y holgado, un sombrero bombín polvoriento y caminaba arrastrando
levemente un pierna.
Andaba
con los brazos colgados a los costados, casi pegados al cuerpo. Abría y cerraba
constantemente una mano; en la otra llevaba una bolsa. Al pasar frente a la
casa, saludó a la señora Mc Donnell descubriéndose la cabeza. El viejo
murmuraba cosas para sí. La señora creyó que el abuelo andaba perdido.
A
la tarde, Francis se fue a jugar con cuatro amigos en una zona descampada. A
unos metros el hombre gris observaba. En un momento, Francis quedó rezagado y
vio que un abuelo simpático, de gran bigote gris, como su cabello, lo llamaba.
El anciano sacó golosinas de una bolsa y se las dio.
Nadie
notó que Francis había desaparecido sino hasta la hora de la cena. Lo
encontraron al día siguiente en un bosque. Había sido estrangulado con sus
tiradores. Su padre apenas lo reconoció. El chico tenía como dentelladas. A su
madre la debieron sostener entre varios policías para que no viera el nene.
La
muerte del pequeño Francis Mc Donnell quedó en el olvido.
El
23 de mayo de 1928, Edward Budd, de 18 años, puso un aviso en el diario
ofreciéndose para trabajar en el campo.
Cinco
días después, un domingo, un hombre tocó a la puerta de su casa. Lo atendió
Delia, la mamá de Edward. Se trataba de un anciano de aspecto endeble. Se
presentó como Frank Howard, granjero, y quería hablar con Edward.
Delia
reparó en su cabello gris, en su bigote gris y en una bolsa que llevaba. De
inmediato, Howard contrató al chico. Delia lo invitó a almorzar y su esposo,
Albert Budd, estaba encantado.
Apenas
se habían sentado a la mesa cuando entró una bonita nena de grandes ojos
marrones y cabello castaño. Gracie Budd, una de las hijas del matrimonio, tenía
nueve años. Entró feliz, cantando. Howard estaba maravillado con la pequeña. De
su bolsa sacó un dulce y se lo dio.
Cuando
terminaron de almorzar Howard dijo que debía ir a la casa de su hermana porque
uno de sus sobrinos cumplía nueve años. Le dijo a Edward que volvería a buscarlo
y, para calmar su inquietud, le dio dos dólares.
Pero
antes de irse se volvió hacia Delia y le preguntó si podía llevarse a Gracie al
cumpleaños. Le dio grandes seguridades de que la nena estaría bien cuidada.
Delia no sabía qué decir. Le pidió la dirección de su hermana. Aun así no
estaba segura y miró a su marido. "Deja ir a la pobre niña. No se divierte
demasiado", dijo el papá. Delia le puso un abrigo a Gracie y le dio un
beso en la cabeza.
Los
Budd nunca más volvieron a ver a su hija.
A
la mañana siguiente Albert fue a hacer la denuncia de la desaparición. La
primera cosa que descubrió la Policía fue que la dirección de la hermana del
tal Howard no existía. Tampoco existía la hermana ni la granja ni Frank Howard.
Se
asignaron veinte policías al caso, entre ellos el detective William F. King. No
hubo nada por entonces. Gracie y el hombre gris se habían esfumado.
Seis
años después, King era el único detective que seguía con la investigación. En
octubre de 1934 decidió usar un recurso final: dijo que el sumario iba a ser
cerrado definitivamente. La prensa lo difundió.
Delia
Budd recibió una carta el 12 de noviembre. "Mi querida Sra. Budd: El 3 de
junio de 1928 llamé a su casa. Almorzamos. Gracie se sentó a upa mío y me dio
un beso. Decidí comérmela. Con el pretexto de llevarla conmigo a una fiesta
(Usted le dio permiso) la llevé a una casa desocupada en Westchester". El
viejo le contaba a la mamá cómo había matado a su hija.
La
carta no tenía remitente pero King averiguó que había sido enviada por un
hombre que alquilaba un cuarto en un edificio de la calle 52. El detective
habló con la portera y le dio la descripción del "señor Howard".
Coincidía con la de un viejo de cabellos grises y bigotes grises que se había
registrado como Albert Fish.
Cuando
King entró en la sala encontró a Fish bebiendo una taza de té.
-¿Usted
es Albert Fish?- preguntó el policía. El viejo confirmó con la cabeza.
Se
miraron. Sin bajar la vista, Fish tomó lentamente una navaja de afeitar del
bolsillo interno de su saco y la sostuvo frente a él. King se enfureció. Los
dos se seguían mirando a los ojos. King, velozmente, agarró la muñeca de Fish y
se la torció hasta hacerle caer la navaja.
-Ahora
te tengo- le dijo el detective.
La
confesión de Fish fue larga y pormenorizada. Una patrulla se dirigió a la casa
abandonada donde mató a Gracie. Hallaron los huesos de la pequeña.
King
fue a buscar a Albert y Edward Budd para que identificaran a Fish. Al llegar a
la comisaría Edward no se pudo contener. Se le echó encima y le gritó:
"Viejo bastardo. Sucio hijo de puta". Los policías tuvieron que
hacerle un torniquete en el brazo para contenerlo.
-¿Cómo
se siente?- le preguntó el psiquiatra Frederic Wertham, que entrevistó al viejo
en prisión.
-
No tengo particulares deseos de vivir, ni de ser asesinado. Es una cuestión
indiferente. No creo estar del todo bien.
-
¿Eso quiere decir que está loco?
-
No, exactamente. Nunca pude entenderme del todo...
-
¿Puede explicarse?
-
Siempre tuve deseos de infligir dolor a otros y de que otros me provoquen
dolor. Siempre parecí disfrutar de todo lo que hace daño.
Fish
le confió una larga historia de caza de chicos. Al menos cien. Y episodios de
canibalismo.
¿Quién
era Albert Fish? Según su confesión, había nacido el 19 de mayo de 1870 en
Washington. A los 5 años su padre murió y su madre lo mandó a un orfanato.
"Allí comencé a estar mal –dijo-. Estábamos despiadadamente
derrotados..."
A
los 14 años se dedicó a lo que sería su oficio: pintor de interiores. Se mudó a
Nueva York y a los 26 años se casó con una chica de diecinueve. Pero cuando el
menor de sus seis hijos tenía tres años, la mujer lo abandonó.
Wertham
y otros tres médicos propuestos por el defensor James Dempsey dijeron que Fish
estaba loco. A su criterio era un caso único de perversión en los anales de la
literatura psiquiátrica y criminal.
Pero
los psiquiatras del fiscal Elbert F. Gallagher opinaron todo lo contrario.
Siempre supo lo que hacía, planeó el engaño a los Budd, llevó a la pequeña a un
lugar apartado, preparó el lugar del crimen y lo ejecutó con plena conciencia.
El
juicio por el secuestro y muerte de Gracie Budd comenzó el lunes 11 de marzo de
1935 en Nueva York.
Al
tercer día se llevó al estrado una caja con los restos de Gracie. El detective
King relató cómo había sido asesinada. Y entonces Gallagher abrió la caja y
levantó con una mano la calavera de la nena.
El
juicio duró diez días y menos de una hora la deliberación del jurado.
La
perspectiva de la silla eléctrica tuvo su atractivo para Fish. "Sus ojos
brillaban...", escribió un periodista del Daily News. Fish se levantó de
su asiento y agradeció al juez: "Qué alegría. La de la silla eléctrica
será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado". Fue
ejecutado el 16 de enero de 1936.
EL ASESINO DE GÁDOR
Otro
caso que contribuyó a gestar el mito del Hombre de la Bolsa ocurrió varios años
antes que el de Fish. Fue en 1910 en Gádor (Almería - España). Francisco Ortega
el Moruno era un enfermo de tuberculosis que buscaba desesperadamente una cura
para su enfermedad. Para ello acudió a la curandera Agustina Rodríguez, quién a
su vez le envió al barbero y curandero Francisco Leona. Al parecer, Leona ya
tenía antecedentes criminales y, a cambio de 3.000 de los antiguos reales, le
reveló "la cura": beber la sangre que emanara del cuerpo de un niño y
untarse en el pecho mantecas calientes.
Leona
y Julio Hernández el tonto, hijo de la curandera Agustina, se ofrecieron a
encontrar al niño. Y así fue como, en la tarde del 28 de julio de 1919,
secuestraron a Bernardo González Parra, de 7 años y natural de Rioja. Metiendo
al niño en un saco, los criminales lo trasladaron hasta un cortijo aislado en
Araoz que Agustina tenía preparado.
Un
hermano de Julio Hernández el tonto, José, fue a avisar al cliente el Moruno,
dejando a su mujer Elena haciendo la cena.
El
asesinato del pequeño Bernardo fue así: después de haberlo sacado aturdido del
saco, a Bernardo se le hizo un corte en la axila, de la cual emanó la sangre
que bebió el Moruno mezclada con azúcar. El curandero Leona le había extraído,
vivo, las grasas corporales y las untó en el pecho de su cliente, el Moruno.
Julio Hernández el tonto golpeó al pequeño con una piedra en la cabeza,
matándolo.
Acabado
el ritual, ocultaron el cuerpo sin vida en una grieta, tapado con hierbas y
piedras sin ser enterrado, situada en un lugar conocido como "Las
Pocicas".
A
la hora de repartir los 3.000 pesetas que había pagado el Moruno por los
servicios, el curandero Leona intentó engañar a su cómplice Julio el Tonto sin
obtener buenos resultados. Dándose cuenta de las intenciones de Leona y para
vengarse de él, Julio le contó a la Guardia Civil que había visto el cuerpo de
un niño cuando perseguía a unos pollos de perdiz.
Cuando
el cuerpo de seguridad llegó al lugar, todo el pueblo delató a Leona, pues
antes o después había cometido algún delito. Detenido, a la hora de prestar
declaración inculpó a Julio y viceversa. Finalmente, tras mil y una excusas,
ambos confesaron el crimen. Cuando el cuerpo fue encontrado, éste estaba boca
abajo con el cráneo completamente destrozado.
El
curandero Leona fue condenado al garrote vil, pero murió en la cárcel. El
cliente, Ortega, y Agustina, la curandera, fueron ejecutados. José, uno de los
hijos de Agustina, fue condenado a 17 años de cárcel. La mujer de éste, Elena,
fue absuelta. Y Julio el tonto finalmente fue indultado por ser considerado
demente.
Todavía
viven personas en pueblos como Rioja o Gádor, que son capaces de recordar las
coplas que corrieron en esos tiempos, ensalzando la figura del Cabo Mañas, que
capturó a los despiadados autores.
Sin
duda, historias espeluznantes que difundidas por la prensa contribuyó a sentar
la base de este mito urbano que tanto nos generó resquemor de chicos.
Fuentes:
Jajaja vos y tus cuestionamientos!! Las dos notas me encantaron. Ahora lo del hombre de la bolsa daba miedo y la primer foto que pusiste es tal cual la imagen que yo me hacía en la cabeza!
ResponderEliminarHablando de esto me acorde de la película "M, el vampiro de Düsseldorf" de Fritz Lang del año 1931. La peli está basada en una historia real de un asesino de chicos en Köln (Colonia), Alemania alrededor de los años ´20. Es una historia muy similar a las que contaste. Se me ocurrió que es justo para ilustrar el post, no?
Vos sabés que ví esa historia también mientras estuve buscando los casos que sentaron las bases del mito... Debería incorporarla también... Capaz hago un agregado. Muchas gracias!!!!
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