Amor, eternidad, felicidad. Son generalmente tres expresiones a los que asociamos indefectiblemente entre sí y anhelamos poder vivirlos, sentirlos, para siempre. ¿Pero cuánto es para siempre? ¿Cuánto es eternamente? ¿Toda una vida? ¿Mientras dure tu vida? ¿La mía? ¿Cómo estar seguros que ése es el amor? ¿Cómo saber si realmente somos felices o nos autoconvencemos que lo somos? ¿Amor es tener a alguien, o es amar a alguien aún cuando no lo tenemos? ¿Cómo sabemos que amamos a esa otra persona? ¿Es sentir que no se puede vivir si no está? ¿Amar es también sentir dolor? ¿Es creer que si el otro muere ya no hay razón para continuar viviendo?
La
verdad no tengo respuestas a estas preguntas. De hecho tengo una visión bastante
cínica. Creo que dramatizamos demasiado, que respondemos permanentemente al
modelo de amor con el que nos fogonean permanentemente, desde hace siglos y más
aún desde hace cien años a través de las películas, los libros, las novelas de
televisión de la siesta. Nos creemos el cuento de "... y vivieron felices
y comieron perdices". Que el amor es para toda la vida, inalterable, único
y vivimos buscando a nuestra otra mitad sin la cual nunca podremos llegar a ser
eternamente felices.
Pues
creo que se sigue viviendo. Bien o mal pero se vive. Todo depende de nosotros.
Tal vez sea un punto de vista bastante práctico de mi parte, por no llamarlo de
otra forma. Sin embargo, y a pesar de esta postura me considero una persona
fanática de las historias de amor. De hecho perdí la cuenta de la cantidad de
novelas que he leído. Cuando era adolescente lo primero que hacía era leer la
última parte de un libro para saber si terminaba bien, sino no lo leía. Con los
años aprendí a darme cuenta que las historias de amor están lejos de tener un final
feliz, pero eso no quita que las disfrute de la misma forma. Es lo que debe ser.
¿QUÉ
PASA SI...?
Marina
y Ulay se conocieron en 1975, en Ámsterdam. Cuentan que la primera vez que él
la vio, ella estaba desnuda en público y se dibujaba con un cuchillo un símbolo
comunista en su vientre. Según los relatos fue más que un amor a primera vista,
sentían una conexión especial por haber nacido ambos un 30 de noviembre, pero de
años distintos. Se dedicaban de alma, a hacer performances locas y marginales.
A los dos les interesaban las personas.
Tras
doce años juntos (cinco de los cuales vivieron en una furgoneta) como amigos,
amantes y compañeros de profesión, llegaron las discrepancias artísticas y
personales. Inclusive ella llegó a afirmar que cuanto mejores eran sus
performances peor era su vida privada.
Comprometidos íntimamente con lo
simbólico, cuando su relación se acercaba al final, realizaron una última
performance titulada "Los amantes". En 1988 Marina y Ulay empezaron
por separado a caminar en los dos extremos de la Gran Muralla China. Después de
una larga caminata, se abrazaron y dejaron de verse durante 23 años.
FRENTE
A FRENTE
Muchos
años después en marzo de 2010 ella expuso una retrospectiva de su carrera en el
Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa) en Estados Unidos, y presentó la performance
“‘El artista está presente”, donde tenía que mirar durante un minuto, en
silencio, a todos los que se sentaban frente a ella; en una especie de
comunicación directa, sin intermediarios; y dejando entrever justamente su
crítica hacia los obstáculos del arte tradicional. Lo de Abramovic es una
especie de lucha por un arte sin barreras entre los dos extremos de la
comunicación.
Pero
lo que ella no se iba a imaginar nunca -o tal vez sí- es que después de 23 años
se reencontraría con Ulay. Hasta ese momento ella observaba a los que se
animaban a sentarse, serena, con una mirada profunda; así fueron pasando muchas
personas de diferentes edades y de origen diferentes. De repente, un personaje
se acerca, va hacia al encuentro. Marina, una mesa y una silla esperando por
alguien. Él, con un caminar desenvuelto, se sienta frente a ella, que mantiene
los ojos mirando hacia abajo. Solemne y lentamente va levantando la cabeza. Hasta
que lo observa bien y reconoce que frente a ella, está sentado Ulay. Está
sorprendida, lo mismo que a él, se le nota en sus ojos. Ese momento de
reconocimiento por parte de ella es mágico y la transformación de su rostro, de
su mirada es fantástica. En ese instante queda evidenciado el amor real, el que
no puede ocultarse, disimularse, ni destruirse con el paso de los años y hasta
se convierte en el centro de la performance.
¡Por
favor cómo me hizo llorar esta escena!
Me
emocionó hasta las lágrimas porque por una vez pude ver amor de verdad, simple,
sin vueltas, sin explicaciones, sin palabras, ni nada. La esencia misma.
Vale
aclarar que esta escena forma parte del documental "Marina Abramovic: La
artista está presente" que reúne en un audiovisual toda la muestra
retrospectiva y la performance que se extendió por tres meses.
Ulay
estuvo sólo unos minutos, pero fueron suficientes para continuar generando
suspiros y lágrimas de emoción en cuanto el público continúa viéndolo años
después. Según lo que pude leer, luego de ese encuentro se separaron. Una vez
más cada uno siguió con su vida, pero ese brevísimo espacio de tiempo fue
suficiente para mostrar la eternidad del amor, el amor de verdad.
Aquí
se los dejo, vale la pena que lo miren, lo van a disfrutar, y a entender que
hay amor eterno que sólo dura un instante y es suficiente. Sin explicaciones,
preguntas, ni teorías. Amor es su máxima esencia.
Fuentes:
http://www.ronniearias.com/nacio-de-mi/compendio-boludeces/que-pasa-si-el-amor-de-tu-vida-vuelve-20-anos-despues-esto_24643.html
http://elimpulso.com/articulo/marina-abramovic-y-su-novio-ulay#.Ukd7qIZFVsI
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