domingo, 24 de junio de 2012

El personaje central de nuestros miedos infantiles


Tanto hablar de bolsas, las mujeres que juntan bolsas, los  hombres y las bolsas, me hizo acordar de un personaje que formó parte de varias pesadillas que tenía de chica: El Hombre de la Bolsa.
Creo que los adultos no tenían en cuenta cuánto nos podían traumar diciéndonos que nos portemos bien porque sino el Hombre de la Bolsa o el Cuco nos iba a llevar. Nunca me dijeron mucho, sólo que era malo y que se llevaba a los que se portaban mal.  Claro que portarse mal era salir a jugar a la calle durante la siesta, cuando mi vieja quería dormir, o bien a la noche cuando ya había oscurecido y retrasaba al máximo entrar a cenar.
Para esos dos momentos, el caballito de batalla era asustarnos. Y vaya si lo lograban. Claro que no hacía mucho caso porque inmediatamente me olvidaba. Pero eso sí, cada sombra era un lugar del que me mantenía alejada y a la noche sí me acordaba. Recuerdo más de una oportunidad despertarme y tener miedo de los muñecos que ocupaban todo el final de mi cama. En la sombra de la noche se convertían en un ser malo. De todas formas, me tapaba toda la cabeza, trataba de pensar en otra cosa y seguía durmiendo. Pero sí me asustaba bastante.


Yo no sabía cómo era el Hombre de la Bolsa, pero de los comentarios que escuchaba me lo había imaginado como un hombre grande, tal vez un viejo de pelo blanco, barbudo, que andaba con un saco marrón oscuro todo sucio -un linyera- con sombrero y una bolsa de arpillera que llevaba en la espalda, donde metía a los chicos que raptaba. Por esa misma época en que era chiquita estaba en boga el secuestro de niños o por lo menos había circulado la información que los gitanos se robaban a los chicos; yo había escuchado comentarlo en casa. Por lo que, entre viejos, vagabundos y gitanos, tenía miedo a cuanto personaje mal trazado y extraño pasara cerca de mí.
Con los años te das cuenta que todas son historias de fantasías, leyendas urbanas que contribuyen a atemorizar a los niños. Y también descubrí que no era cosa de mi mamá nomás, sino de gran parte de los padres (Me pregunto ahora de dónde habrían sacado ellos ese personaje para asustar a los niños. ¿Los asustaban a ellos ya de chicos? ¿Intercambiaban puntos de vista con las otras madres de acuerdo al grado de efectividad que generaba el miedo? ¿Había revistas o libros que los recomendaban? Ahora que me doy cuenta tendré que consultárselo a ella. “¡Vos y tus cuestionamientos!” volverá a decir mi hermana, jajajajaja.)
Pero este personaje mítico se gestó y surgió de dos historias reales, además de un entorno de crisis. Por un lado, dos asesinos seriales que a su modo practicaban el canibalismo. Uno fue Albert Fish en Estados Unidos y Francisco Leona en España. Por otro lado hay que tener en cuenta que hubo múltiples  casos de buscavidas y delincuentes que surgieron con la crisis mundial de 1930 y consecuencias de las guerras mundiales, en un entorno miserable, quienes acuciados por el hambre dieron rienda suelta a tendencias psicopáticas y no dudaron en cometer los más atroces crímenes por ejemplo para abastecer a gente adinerada de sangre y grasa de niños para, supuestamente, curar la tuberculosis. El aspecto horrible, imponente y primitivo de aquellos tipos, bien difundido por la prensa sensacionalista, sentó las bases de una leyenda que se apoyaba en traperos, vendedores nómadas, que, en varios casos, hasta utilizaban una bolsa donde llevaban sus pocas pertenencias.

ALBERT FISH, ASESINO DE CHICOS

En busca de la verdadera historia del Hombre de la Bolsa, surge el nombre de Albert Fisch, un viejo de aspecto endeble, de cabello gris y bigote gris que engañaba a los chicos de los Estados Unidos. Tras ser detenido confesó unos cien crímenes. Lo ejecutaron en la silla eléctrica.
Una mañana de julio de 1924 la señora Mc Donnell estaba sentada en una silla mecedora en la puerta de su casa, en Staten Island, Nueva York. Su hijo Francis, de ocho años, jugaba cerca con una pelota mientras su hija de pocos meses gateaba a su lado. Hacía calor.
No era una zona muy poblada. La señora Mc Donnell observó por un instante la calle de tierra y le llamó la atención un hombre que caminaba por el centro. Era un anciano de cabello gris y gran bigote gris, delgado y no muy alto. Llevaba un traje viejo y holgado, un sombrero bombín polvoriento y caminaba arrastrando levemente un pierna.
Andaba con los brazos colgados a los costados, casi pegados al cuerpo. Abría y cerraba constantemente una mano; en la otra llevaba una bolsa. Al pasar frente a la casa, saludó a la señora Mc Donnell descubriéndose la cabeza. El viejo murmuraba cosas para sí. La señora creyó que el abuelo andaba perdido.
A la tarde, Francis se fue a jugar con cuatro amigos en una zona descampada. A unos metros el hombre gris observaba. En un momento, Francis quedó rezagado y vio que un abuelo simpático, de gran bigote gris, como su cabello, lo llamaba. El anciano sacó golosinas de una bolsa y se las dio.
Nadie notó que Francis había desaparecido sino hasta la hora de la cena. Lo encontraron al día siguiente en un bosque. Había sido estrangulado con sus tiradores. Su padre apenas lo reconoció. El chico tenía como dentelladas. A su madre la debieron sostener entre varios policías para que no viera el nene.
La muerte del pequeño Francis Mc Donnell quedó en el olvido.
El 23 de mayo de 1928, Edward Budd, de 18 años, puso un aviso en el diario ofreciéndose para trabajar en el campo.
Cinco días después, un domingo, un hombre tocó a la puerta de su casa. Lo atendió Delia, la mamá de Edward. Se trataba de un anciano de aspecto endeble. Se presentó como Frank Howard, granjero, y quería hablar con Edward.
Delia reparó en su cabello gris, en su bigote gris y en una bolsa que llevaba. De inmediato, Howard contrató al chico. Delia lo invitó a almorzar y su esposo, Albert Budd, estaba encantado.
Apenas se habían sentado a la mesa cuando entró una bonita nena de grandes ojos marrones y cabello castaño. Gracie Budd, una de las hijas del matrimonio, tenía nueve años. Entró feliz, cantando. Howard estaba maravillado con la pequeña. De su bolsa sacó un dulce y se lo dio.
Cuando terminaron de almorzar Howard dijo que debía ir a la casa de su hermana porque uno de sus sobrinos cumplía nueve años. Le dijo a Edward que volvería a buscarlo y, para calmar su inquietud, le dio dos dólares.
Pero antes de irse se volvió hacia Delia y le preguntó si podía llevarse a Gracie al cumpleaños. Le dio grandes seguridades de que la nena estaría bien cuidada. Delia no sabía qué decir. Le pidió la dirección de su hermana. Aun así no estaba segura y miró a su marido. "Deja ir a la pobre niña. No se divierte demasiado", dijo el papá. Delia le puso un abrigo a Gracie y le dio un beso en la cabeza.
Los Budd nunca más volvieron a ver a su hija.
A la mañana siguiente Albert fue a hacer la denuncia de la desaparición. La primera cosa que descubrió la Policía fue que la dirección de la hermana del tal Howard no existía. Tampoco existía la hermana ni la granja ni Frank Howard.
Se asignaron veinte policías al caso, entre ellos el detective William F. King. No hubo nada por entonces. Gracie y el hombre gris se habían esfumado.
Seis años después, King era el único detective que seguía con la investigación. En octubre de 1934 decidió usar un recurso final: dijo que el sumario iba a ser cerrado definitivamente. La prensa lo difundió.
Delia Budd recibió una carta el 12 de noviembre. "Mi querida Sra. Budd: El 3 de junio de 1928 llamé a su casa. Almorzamos. Gracie se sentó a upa mío y me dio un beso. Decidí comérmela. Con el pretexto de llevarla conmigo a una fiesta (Usted le dio permiso) la llevé a una casa desocupada en Westchester". El viejo le contaba a la mamá cómo había matado a su hija.
La carta no tenía remitente pero King averiguó que había sido enviada por un hombre que alquilaba un cuarto en un edificio de la calle 52. El detective habló con la portera y le dio la descripción del "señor Howard". Coincidía con la de un viejo de cabellos grises y bigotes grises que se había registrado como Albert Fish.
Cuando King entró en la sala encontró a Fish bebiendo una taza de té.
-¿Usted es Albert Fish?- preguntó el policía. El viejo confirmó con la cabeza.
Se miraron. Sin bajar la vista, Fish tomó lentamente una navaja de afeitar del bolsillo interno de su saco y la sostuvo frente a él. King se enfureció. Los dos se seguían mirando a los ojos. King, velozmente, agarró la muñeca de Fish y se la torció hasta hacerle caer la navaja.
-Ahora te tengo- le dijo el detective.
La confesión de Fish fue larga y pormenorizada. Una patrulla se dirigió a la casa abandonada donde mató a Gracie. Hallaron los huesos de la pequeña.
King fue a buscar a Albert y Edward Budd para que identificaran a Fish. Al llegar a la comisaría Edward no se pudo contener. Se le echó encima y le gritó: "Viejo bastardo. Sucio hijo de puta". Los policías tuvieron que hacerle un torniquete en el brazo para contenerlo.
-¿Cómo se siente?- le preguntó el psiquiatra Frederic Wertham, que entrevistó al viejo en prisión.
- No tengo particulares deseos de vivir, ni de ser asesinado. Es una cuestión indiferente. No creo estar del todo bien.
- ¿Eso quiere decir que está loco?
- No, exactamente. Nunca pude entenderme del todo...
- ¿Puede explicarse?
- Siempre tuve deseos de infligir dolor a otros y de que otros me provoquen dolor. Siempre parecí disfrutar de todo lo que hace daño.
Fish le confió una larga historia de caza de chicos. Al menos cien. Y episodios de canibalismo.
¿Quién era Albert Fish? Según su confesión, había nacido el 19 de mayo de 1870 en Washington. A los 5 años su padre murió y su madre lo mandó a un orfanato. "Allí comencé a estar mal –dijo-. Estábamos despiadadamente derrotados..."
A los 14 años se dedicó a lo que sería su oficio: pintor de interiores. Se mudó a Nueva York y a los 26 años se casó con una chica de diecinueve. Pero cuando el menor de sus seis hijos tenía tres años, la mujer lo abandonó.
Wertham y otros tres médicos propuestos por el defensor James Dempsey dijeron que Fish estaba loco. A su criterio era un caso único de perversión en los anales de la literatura psiquiátrica y criminal.
Pero los psiquiatras del fiscal Elbert F. Gallagher opinaron todo lo contrario. Siempre supo lo que hacía, planeó el engaño a los Budd, llevó a la pequeña a un lugar apartado, preparó el lugar del crimen y lo ejecutó con plena conciencia.
El juicio por el secuestro y muerte de Gracie Budd comenzó el lunes 11 de marzo de 1935 en Nueva York.
Al tercer día se llevó al estrado una caja con los restos de Gracie. El detective King relató cómo había sido asesinada. Y entonces Gallagher abrió la caja y levantó con una mano la calavera de la nena.
El juicio duró diez días y menos de una hora la deliberación del jurado.
La perspectiva de la silla eléctrica tuvo su atractivo para Fish. "Sus ojos brillaban...", escribió un periodista del Daily News. Fish se levantó de su asiento y agradeció al juez: "Qué alegría. La de la silla eléctrica será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado". Fue ejecutado el 16 de enero de 1936.

EL ASESINO DE GÁDOR

Otro caso que contribuyó a gestar el mito del Hombre de la Bolsa ocurrió varios años antes que el de Fish. Fue en 1910 en Gádor (Almería - España). Francisco Ortega el Moruno era un enfermo de tuberculosis que buscaba desesperadamente una cura para su enfermedad. Para ello acudió a la curandera Agustina Rodríguez, quién a su vez le envió al barbero y curandero Francisco Leona. Al parecer, Leona ya tenía antecedentes criminales y, a cambio de 3.000 de los antiguos reales, le reveló "la cura": beber la sangre que emanara del cuerpo de un niño y untarse en el pecho mantecas calientes.
Leona y Julio Hernández el tonto, hijo de la curandera Agustina, se ofrecieron a encontrar al niño. Y así fue como, en la tarde del 28 de julio de 1919, secuestraron a Bernardo González Parra, de 7 años y natural de Rioja. Metiendo al niño en un saco, los criminales lo trasladaron hasta un cortijo aislado en Araoz que Agustina tenía preparado.
Un hermano de Julio Hernández el tonto, José, fue a avisar al cliente el Moruno, dejando a su mujer Elena haciendo la cena.
El asesinato del pequeño Bernardo fue así: después de haberlo sacado aturdido del saco, a Bernardo se le hizo un corte en la axila, de la cual emanó la sangre que bebió el Moruno mezclada con azúcar. El curandero Leona le había extraído, vivo, las grasas corporales y las untó en el pecho de su cliente, el Moruno. Julio Hernández el tonto golpeó al pequeño con una piedra en la cabeza, matándolo.
Acabado el ritual, ocultaron el cuerpo sin vida en una grieta, tapado con hierbas y piedras sin ser enterrado, situada en un lugar conocido como "Las Pocicas".
A la hora de repartir los 3.000 pesetas que había pagado el Moruno por los servicios, el curandero Leona intentó engañar a su cómplice Julio el Tonto sin obtener buenos resultados. Dándose cuenta de las intenciones de Leona y para vengarse de él, Julio le contó a la Guardia Civil que había visto el cuerpo de un niño cuando perseguía a unos pollos de perdiz.
Cuando el cuerpo de seguridad llegó al lugar, todo el pueblo delató a Leona, pues antes o después había cometido algún delito. Detenido, a la hora de prestar declaración inculpó a Julio y viceversa. Finalmente, tras mil y una excusas, ambos confesaron el crimen. Cuando el cuerpo fue encontrado, éste estaba boca abajo con el cráneo completamente destrozado.
El curandero Leona fue condenado al garrote vil, pero murió en la cárcel. El cliente, Ortega, y Agustina, la curandera, fueron ejecutados. José, uno de los hijos de Agustina, fue condenado a 17 años de cárcel. La mujer de éste, Elena, fue absuelta. Y Julio el tonto finalmente fue indultado por ser considerado demente.
Todavía viven personas en pueblos como Rioja o Gádor, que son capaces de recordar las coplas que corrieron en esos tiempos, ensalzando la figura del Cabo Mañas, que capturó a los despiadados autores.
Sin duda, historias espeluznantes que difundidas por la prensa contribuyó a sentar la base de este mito urbano que tanto nos generó resquemor de chicos.

Fuentes:

2 comentarios:

  1. Jajaja vos y tus cuestionamientos!! Las dos notas me encantaron. Ahora lo del hombre de la bolsa daba miedo y la primer foto que pusiste es tal cual la imagen que yo me hacía en la cabeza!
    Hablando de esto me acorde de la película "M, el vampiro de Düsseldorf" de Fritz Lang del año 1931. La peli está basada en una historia real de un asesino de chicos en Köln (Colonia), Alemania alrededor de los años ´20. Es una historia muy similar a las que contaste. Se me ocurrió que es justo para ilustrar el post, no?

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  2. Muñeca Articulada25 de junio de 2012, 21:28

    Vos sabés que ví esa historia también mientras estuve buscando los casos que sentaron las bases del mito... Debería incorporarla también... Capaz hago un agregado. Muchas gracias!!!!

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