lunes, 1 de agosto de 2011

Cosecha roja

Las historias policiales son las que más apasionan a los lectores. Los periodistas sabemos muy bien que la sección Policiales de los diarios son las que concentran las primeras lecturas. Todo el mundo quiere saber qué pasó y cada detalle, cuanto más escabroso suene más interés despertará. Obviamente no soy una excepción a esa forma de morbo por este tipo de noticias y ni hablar de las novelas.
Creo que en otro artículo ya mencioné que desde chica me super enganchaban los cuentos de Edgar Allan Poe, quien por cierto desarrolló un estilo muy particular y racionalista para narrar soluciones a los hechos policiales de ficción. ¿Quién no leyó Los crímenes de la calle Morgue, el Misterio de Marie Roget o La carta robada? Donde el principal personaje es el detective Auguste Dupin. Me encantaba la calidad con que razonaba para hallar al culpable.
Ni hablar de las historias de Sherlock Holmes y su acompañante el doctor John Watson de Arthur Conan Doyle. Y por supuesto mi favorita la escritora Agatha Christie con sus personajes el inspector de Scotland Yard Hércules Poirot o la ancianita Miss Marple, que resolvieron fantásticamente “Asesinato en el Orient Express”, “Muerte en el Nilo”, “Muerte en la vicaría”, “El tren de las 4:50”, entre un montón de novelas geniales.
Noches enteras me quedé leyendo estas geniales historias sin parar sólo para saber quién era el asesino o cómo se develaba el misterio.
Es totalmente cierta la expresión que señala: la realidad supera la ficción. Porque en verdad los hechos policiales ocurridos, no sólo hace décadas sino también en la actualidad, le ganan por lejos a los novelistas que leía de chica.
Por estos días finalmente pude conseguir un libro que busqué por mucho tiempo y que contiene relatos policiales argentinos de distintas décadas. Son notas escritas por el periodista especializado en esta temática, Ricardo Ragendorfer y se llama “A pura sangre”.
En realidad ya había leído sus historias que publica mensualmente en la revista Caras y Caretas en la sección Cosecha Roja. En ellas y con buen tino, este periodista da cuenta de hechos que marcaron hitos en la crónica policial del país y que de una u otra forma tuvieron trascendencia en los medios. Esos relatos son los que forman parte de este libro que me resultó sumamente interesante, no sólo por tratarse de crímenes verdaderos sino porque ni siquiera me había enterado de muchos de ellos hasta que los leí.

17 NARRACIONES
Allí están reunidos relatos en los cuales se hace referencia incluso a los escritores de las novelas policiales, como en “Un enigma para Poirot” que narra un asesinato ocurrido en marzo de 1990 en la Recoleta y que a través de los diarios  se conoció como “El crimen de la modelo”.
En él se mezcla lo escabroso con lo ridículo: la balearon a la salida de un albergue transitorio, se decía que era descendiente de la nobleza y que había contratado su propia muerte; pero el verdadero protagonista de la historia era su asesino, Tito Colman, un hombre que no sabía vivir en libertad.
Un asesinato que sin duda tuvo todos los ingredientes para derramar ríos de tinta. “Su argumento transpiraba glamour: una modelo por cuyas venas corría sangre azul y un misterioso oficial de la Armada, emboscados en un barrio paquete, con el trasfondo de un increíble completo”, resume Ragendorfer.
También retrata en “Amor a la tramontina”, la historia de Fabián Tablado quien en 1996 mató a su novia de 113 puñaladas. La justicia lo condenó a 24 años de cárcel; tras las rejas se hizo evangelista y hasta se puso de novio con una fan que lo vio por televisión y se enamoró.
En “Ninguna boda, tampoco funeral”, el periodista trae a la memoria el caso de María del Carmen Rombolá quien está presa por matar a su pareja en agosto de 2003; un hombre de casi dos metros y 200 kilos, a quien descuartizó frente a una parrilla con ayuda de su amante.
Entre las historias de asesinos recopiladas en este libro aparecen las muertes de Luis Fernando Iribarren en 1995, conocido como “El chacal de San Andrés de Giles”. En “Una herencia en cada palada” cuenta cómo mato a su tía de un hachazo en la cabeza y la enterró en el jardín. Claro que nueve años antes había empuñado la pala para cavar las tumbas de sus padres y sus hermanos.
Imperdible “El catequista arrepentido”. Según cuenta los crímenes tuvieron lugar una madrugada de octubre de 1989. La culpa de este doble crimen la tuvo un “picadito” de fútbol. Los perdedores no soportaron la derrota; masticaron la bronca durante varios días y se vengaron asesinando a los rivales de un modo atroz. El que apretó el gatillo, un buen cristiano, se entregó en compañía del propio Ragendorfer.
“El trébol de la mala suerte”, otra historia de muerte pero ocurrida en 1922. Mateo Banks tenía dos estancias, era socio del Jockey Club, militaba en el Partido Conservador y portaba el palio en las procesiones. También era un derrochón y un jugador empedernido que no pagaba sus deudas. Mató a su familia para heredar y armó un teatro que fue su perdición.

ASALTOS, ATAQUES COMANDOS Y ROBOS AÉREOS
Por supuesto en el libro de Ricardo Ragendorfer también figuran otros hechos. Un asalto histórico como el perpetrado a la Policlínica Bancaria en 1963, o una referencia al ataque al Batallón Domingo Viejobueno en la localidad de Monte Chingolo en 1975, que se considera la mayor batalla librada por la guerrilla y que dejó un saldo de 60 muertos. Este periodista entrevistó, 30 años después, a un militar de los servicios de Inteligencia que cuenta quién y cómo se infiltró en el ERP y delató la movida.
No podía faltar el insólito secuestro, el 28 de septiembre de 1966, de un vuelo de línea a manos de un comando nacionalista que secuestró el avión y lo desvió a las Islas Malvinas. Cuentan que fue el primer acto de piratería aérea en la historia argentina. Resultó una maniobra inoportuna, porque ese día el canciller Costa Méndez reclamaba por las Islas en la ONU y el dictador Onganía jugaba al polo con el marido de la reina Isabel.

CASI UNA CARCAJADA
Además de personajes que también hicieron historia en las crónicas policiales como el comisario Mario Naldi, con su Magnum en la cintura y sus elegantes zapatos blancos era el dandy de la Bonaerense. “Jugador de rugby, veraneante en Punta del Este y dueño de cuentas poco claras, engrosadas a medida, sus sonoros operativos terminaban en la nada”.
O Gustavo Germán González el periodista que hizo de la crónica policial un arte. Según narra Ragendorfer contaba los crímenes más truculentos con una picardía que agotaba las ediciones del diario Crítica, donde trabajaba. Su obra maestra no fue una nota sino la resolución de un asesinato. “Firmaba como GGG, casi una carcajada”.

DE JAURÍAS Y OTRAS ANÉCDOTAS
Y en el libro no podían faltar las anécdotas, como el caso de la falsa muerte de un violinista clásico devenido rockero “que generó una necrológica que daba gusto leer: lo mostraba talentoso, divertido, genial. Fue una compensación por la que se escribiría años más tarde, que se limitó a contar que había sido atropellado por un ciclista que escapaba de una jauría de perros furiosos”.
Vale la pena contar este detalle: Al parecer en la ciudad de La Plata en 2003 se registró un hecho que llamó la atención de muchos: un grupo de perros cimarrones que circulaban furtivamente por el zoológico de esa ciudad asesinaron a cuatro canguros. “Después de devorar a las víctimas la jauría se dio a la fuga. Luego de ello los ataques nocturnos de la banda canina siguieron ocurrieron. En alguna ocasión volvían a ingresar a través de pozos que hacían con las patas, otras directamente se escondían en algún sitio del zoo. La escalada de violencia desatada por los perros se cobraría 13 víctimas más: siete muflones de Córcega, dos ciervos y cuatro ñandúes”.
Según cuenta el periodista, luego comenzaron a merodear por el Paseo del Bosque, atacando a docentes del Observatorio, estudiantes del Museo de Ciencias Naturales y simples peatones. Luego extendieron su animoso accionar hacia zonas más urbanas. Fue en esa ocasión y mientras un ciclista escapaba de ellos que atropelló el violinista-rockero, quien falleció tres días después.

SUICIDIOS QUE HICIERON HISTORIA
Por supuesto “Aquella vieja costumbre del suicidio”, relato a través del cual toma la muerte en los 70 del conserje del Club Argentino de Ajedrez, que se cortó las venas en un baño de la institución, para recordar la tradición vigente en la Argentina desde Leandro N. Alem hasta los suicidas del 30.
En ese sentido, Ragendorfer señala: “en un pasado remoto existió una especie de tradición que consistía en suicidarse en los clubes más exclusivos de Buenos Aires. Se remontaba al 10 de julio de 1896, cuando Leandro N. Alem se mató de un tiro en el Club del Progreso. En uno de sus bolsillos fue hallada una carta, en la que simplemente decía: Queridos consocios, disculpen que les haya hecho pasar este mal trago, pero quise que mi cadáver quedara entre manos amigas. Desde entonces, el rito de matarse se fue amoldando a códigos que debían cumplirse a rajatabla. Por ejemplo quien se considerara un verdadero caballero debía suicidarse preferentemente con un disparo en la sien, de lo que se desprende que estaba muy mal visto infringirse la muerte mediante el cobarde recurso de ingerir algún veneno. Por eso mismo, en el velatorio de Horacio Quiroga, que se suicidó el 19 de febrero de 1937 tragando una exagerada dosis de cianuro, su colega Leopoldo Lugones se paró junto al féretro para acariciarle la frente al finado, y decir: Horacio, te suicidaste como una sirvienta. Fue paradójico, desde luego, que el propio Lugones, tras despedirse de sus más cercanos amigos en el Círculo Militar, se haya suicidado en una isla del Tigre exactamente el 19 de febrero del año siguiente, ingiriendo nada menos que ¡cianuro!”
La crónica roja está al orden del día en las calles y también en los libros. Obviamente prefiero estos últimos. “A pura sangre”, sin duda, es un libro para los amantes de la crónica roja como yo, que nos enganchamos hasta saber hasta el último detalle, imaginando -tal vez sin darnos cuenta- que somos un poquito Poirot, Dupin, Miss Marple o Sherlock Holmes.
Admito que no estoy ni cerca de poder resolver un caso policial, pero disfruto del morbo y ahora ya tengo la vista puesta en el próximo libro que quiero conseguir y que casualmente me enteré de su existencia al leer la trayectoria de Ricardo Ragendorfer, pues es autor de “Robo y falsificación de obras de arte en Argentina”, cuando lo consiga se los comento.

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